“La migración indígena propicia pérdida de su cultura e identidad”

La migración de indígenas a la ciudad de México está latente, se incrementa cada año y acarrea consigo la pérdida de seres humanos, de memoria histórica, identidad y de conocimiento cultural irremplazable. Así lo considera Bolfy Cottom, investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, en el marco del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, que se celebrará el próximo martes 9 de agosto.

En entrevista con Crónica, el investigador señala que en la sociedad mexicana “persiste un doble discurso y una doble moral, ya que por un lado existe una reivindicación del indígena abstracto, del que se aprecia su folclor, sus tradiciones y costumbres… pero se le sigue viendo de una manera marginal, tratándolo como a un menor de edad o un discapacitado”.

Y añade: “Normalmente un indígena es marginado y despreciado, no sólo por el hecho de ser pobre, sino también por poseer una cultura que es sumamente distinta a la del resto de la ciudad”. Esta pérdida de seres humanos, enfatiza, es producto de la migración, la pobreza, la miseria y violencia, lo que implica mucho del conocimiento que ha forjado a este país, así como la identidad sobre el cual se basa la idea de nación.

“Precisamente con la pérdida de estos sujetos de carne y hueso van desapareciendo sus lenguas, sus tradiciones y otros elementos, prácticas y creaciones culturales que tienen que ver con su riqueza artística y alimentaria en el país”.

Así que por cada indígena que muere, apunta, no sólo va desapareciendo la diversidad cultural, “sino que le estamos apostando a una especie de homogeneización inconsciente de la población, porque no somos capaces de crear dinámicas que respeten a los pueblos indígenas”, expresa el también autor del libro Los Derechos Culturales en el Marco de los Derechos Humanos en México, editado por Miguel Ángel Porrúa.

Estadísticas. De acuerdo al censo de 2010, realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), y cifras del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali), en la zona metropolitana de la ciudad de México se contabilizan 18 millones y medio de personas, mayores a tres años, que se asumen como indígenas –aunque una parte de éstos no necesariamente han migrado desde sus comunidades–, ya que es difícil tener un conteo confiable.

Por su parte, María del Carmen Morgan, directora de Atención a Pueblos y Comunidades de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades del GDF, reconoce que en esta ciudad al menos 122 mil 411 indígenas se asumen como tales, de los cuales la mayor cantidad se concentra en las delegación Iztapalapa, con 30 mil 266 indígenas, Gustavo A. Madero con 14 mil 977, y Tlalpan con 10 mil 290.

Según la Sederec, en el Distrito Federal existen al menos 55 de las 68 agrupaciones lingüísticas del país, entre las que predominan el náhuatl, mixteco, otomí y mazateco. Esto ha propiciado que esta ciudad sea el conglomerado pluri-lingüístico más complejo de México.

Por otra parte, el Diagnóstico sobre la situación de los derechos humanos de los pueblos indígenas, elaborado por la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), indica que los indígenas que habitan la ciudad son en su mayoría migrantes de los estados de Oaxaca, Puebla, Estado de México, Hidalgo, Veracruz, Guerrero, Querétaro y Guanajuato.

Detalla que, en promedio, siete mil 400 indígenas migran cada año a la capital del país en busca de mejores oportunidades de vida, “para ser tratados como indocumentados en su propio país”.

Además, señala al ambulantaje como una de las actividades más recurrente por parte de las mujeres mazahuas, quienes se han establecido en estaciones del Metro como Pantitlán y Zapata.

Y apunta que buena parte de las mujeres migrantes otomíes y hñahñus se dedican principalmente al trabajo doméstico en las delegaciones Coyoacán, Benito Juárez, Miguel Hidalgo y Álvaro Obregón, o son contratadas en zonas cercanas a la Plaza San Jacinto, San Ángel y  el Parque de los Venados.

VULNERABLES. En entrevista con María del Carmen Morgan, directora de Atención a Pueblos y Comunidades del Sederec, considera que una característica de los grupos indígenas en la capital es su movilidad.

“La población indígena que vive en el DF, aunque tenga treinta o cuarenta años de habitar la capital, tiende a regresar continuamente a su lugar de origen. Es una población flotante que trabaja aquí, junta dinero y se regresa a su pueblo. Después vuelven a la ciudad  y nuevamente retornan”, explica.

Esta característica los vuelve un grupo vulnerable, al no contar con un trabajo fijo ni formal, añade. “Son personas que trabajan en el comercio ambulante o en actividades mal remuneradas, como peones en la industria de la construcción o en calidad de tropa en distintos cuerpos de seguridad y oficios por cuenta propia”.

Esto implica que no cuenten con seguridad social, servicio médico, ni vivienda, dice. Y aunque considera que ésta no es la situación para todos los indígenas que migran a la ciudad, sí reconoce que sucede en la mayoría de los casos.

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HISTORIAS. Es común ver niños pidiendo dinero en el Metro. Uno de ellos tiene nueve años y aborda un vagón en la estación del Metro Pino Suárez, reparte papelitos de color rojo y los coloca sobre las rodillas de los pasajeros o encima de sus bolsos y mochilas. Lo hacen sin decir una palabra y sin voltear la mirada. Algunos de estos trozos de hoja impresa en computadora caen al piso y otros pocos son leídos, ante la mirada indiferente de la mayoría.

En esos papelitos recortados se puede leer: “Pido ayuda a usted ya que no tengo y como vengo de la comunidad más pobre del estado de Oaxaca no tengo que comer, por lo cual le pido de corazón que me ayude con una moneda que no afecte su economía muchas gracias y que Dios le bendiga (sic)”.

Aquel niño va descalzo, al parecer no habla español, y forma parte de una legión de indígenas que recorren las principales líneas del Metro de esta ciudad.

—¿Cómo te llamas?, se le pregunta al menor.

Sin embargo, sólo voltea con desconfianza, se queda mudo y se aleja, toma de la mano a su hermano menor, y le dice algunas palabras en lengua indígena. De inmediato se acercan a la puerta del vagón y olvidan la “cooperación” y los papelitos repartidos. La puerta se abre y salen corriendo rumbo a las escaleras.

Más tarde, en las inmediaciones de la Glorieta de Insurgentes, un señor cincuentón junto con su esposa, enfundada en un traje típico con un holán de color rosa mexicano, y un bebé en brazos, implora con el gesto suplicante una “cooperación para comer un taco”. El señor calza un par de huaraches gastados y ella va descalza.

–Una monedita por favor, insiste y señala al menor en brazos.

Por momentos, la gente se detiene y se dirige a la mujer para darle una moneda. Ella agacha la cabeza y murmura a su esposo: “Te hablan”. El hombre recoge las monedas y las guarda en la bolsa del pantalón.

Sin embargo, cuando se les pregunta la razón por la que piden dinero, ambos se miran e intercambian algunas palabras en lengua indígena y se retiran sin decir palabra.

Esta es la constante de muchos indígenas que pueden ser vistos en diversas partes de la ciudad, como: el Sistema de Transporte Colectivo Metro, las calles del Centro Histórico, del centro de Coyoacán, el centro de Tlalpan, Ciudad Universitaria y los mercados establecidos en las inmediaciones de la capital.

Sobre esta situación, Bolfy Cottom, asegura que muchos indígenas son marginados por no hablar español, y saben que “quien migra debe ajustarse a otras condiciones de vida, lo que implica en primer lugar olvidar su lengua”.

Además, “la simple manifestación de hablar una lengua indígena, como el náhuatl, el otomí, el mixteco y zapoteco –que son las que tienen mayor presencia en el Distrito Federal–, los orilla a una especie de aislamiento y segregación, porque sus estándares de comportamiento y su perfil antropológico son vistos en la capital como alguien primitivo y salvaje”.

Sin embargo, considera que el mayor problema no son los indígenas, sino los capitalinos, quienes no están educados ni preparados para ser tolerantes, respetuosos ni solidarios, con quienes son distintos a nosotros.

“El problema de la diversidad cultural muestra que es muy fácil manejar el discurso de la diversidad y la diferencia, pero al momento de enfrentarse a esos sujetos, que son pobres y distintos, realmente se diluye el discurso porque no hay ni siquiera la mínima solidaridad”.

TESTIMONIO MIXE. En entrevista con Crescencio Gómez, indígena mixe que habita en el municipio de Valle de Chalco, señala que aunque las condiciones de los indígenas en la ciudad de México son mucho mejor que hace dos décadas, persiste la marginación y el rechazo. “Antes era más difícil conseguir un trabajo o involucrarse en la sociedad, pero sigue siendo complicado y por eso es necesario orientar a los jóvenes para que no pasen por lo mismo”, reconoce.

En su experiencia, asegura que los migrantes a la ciudad antes venían por temporadas o de paso para viajar como “braseros”, pero hoy tratan de asentarse porque la tierra ya casi no es trabajada. “Uno sufre mucho para agarrar el movimiento de la ciudad, pero la verdad es que la gente sigue saliendo de sus pueblos, de sus comunidades porque ya no hay posibilidades que reviva el campo”.

Además indica que, según cifras de la Asociación de Grupos Étnicos de Valle de Chalco, A.C., creada en 1994 y a la que pertenece, en el Valle de Chalco se tiene ubicada al menos la presencia de 44 etnias, de las que sobresalen los mixes, zapotecos, mazatecos, chinantecos, totonacos y triquis.

Y sobre los indígenas que pueblan las calles de la ciudad pidiendo dinero, asegura que no son más que “güevones”, personas que vienen de la zona de totonacos y triquis de Puebla y Toluca, “y aunque no tenemos contacto con ellos, creo que son personas que vienen con la idea machista de utilizar a sus mujeres y a sus hijos como perritos para sacar un beneficio”. Incluso, reconoce que en ciertos casos, prostituyen a sus hijos para obtener dinero.

APOYOS. En torno a los indígenas que piden dinero en las calles de la ciudad, María del Carmen Morgan, explica que estas personas vienen a la ciudad para juntar algo de dinero y volver a sus comunidades, sin embargo, no se les apoya con los programas de financiamiento porque no acuden a solicitarlo o porque carecen de documentos como acta de nacimiento o comprobante de domicilio.

Cabe señalar que en el Distrito Federal existen apoyos como: asistencia de traductores en lenguas indígenas durante los juicios a indígenas, centros de apoyo a los hijos de indígenas, apoyos financieros a jefas de familia. Por desgracia, apunta la propia funcionaria, estos incentivos son insuficientes, ya que se necesita una política pública que incluya a estos migrantes en su propio país, e informó que se está trabajando en una ley de derechos indígenas en la capital.

Finalmente, Bolfy Cottom recuerda una anécdota que refiere el desconocimiento de la diversidad indígena. “En algún momento alguien me dijo que para qué conservar la comida tradicional indígena si sólo ha propiciado indígenas obesos o desnutridos”.

“Esto sólo refleja el desconocimiento de la riqueza y diversidad de los pueblos indígenas del país. Pero sin ellos, estamos perdiendo también una impresionante creatividad artística y la amplia gama de artesanías, que dan cuenta de una memoria histórica invaluable, que se transmite de generación en generación”.

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